jueves, 14 de enero de 2010

Vacío interior.

Iba de compras, de rebajas, algo que no me gusta nada hacer... Apelotonada entre la multitud, casi a empujones, en aquel centro comercial. Era el primer día de rebajas y pensé "No irá mucha gente en horario laboral". Me equivoqué, pues los colegios no habían empezado y todo estaba lleno de estudiantes con ganas de comprar "bonito, bueno y barato".

Entonces algo atrajo mi curiosidad. Vi aquella tienda y algo cambió mi expresión de agobio. Aquel escaparate llamaba la atención de forma obligada, por lo menos subjetivamente y desde mi "extraña" visión. Un lugar que nadie más parecía estar viendo o tal vez, que la gente pretendía disimular.

Los escaparates vacíos, los cristales cristalinos como si nadie los hubiera tocado, a través de los cuáles asomaba una habitación blanca, casi vacía, con apenas una mesa, unos libros, algún boceto y un "posible" vendedor sentado en una silla. Qué tenía aquella tienda que nadie entraba? Me quedé parada en el escaparate. Impresionada. Qué es lo que anunciaban que a nadie le llamaba la atención?

Miré alrededor, con curiosidad, y el resto de lugares seguían aglutinados de gente. Entonces, al volver la mirada, lo descubrí. Había un cartel en el interior de aquel espacio tan nítido y mis ojos se clavaron. Decía "Hospital St Joan de Déu". Me gusta llamarlo también "El hospital de los niños". Ese lugar fabrica solidaridad y sonrisas para los niños enfermos. Es como un lugar sagrado. Y también cura, esa es sin duda la mejor parte.

Entonces pensé en el libro que me leí hace poco, que encontré por casualidad en una librería, sobre esos voluntarios y toda su labor. Y ahora estaba allí. Volvía a encontrarme con el mismo destino, también por casualidad, o tal vez no, como cuando encontré aquel libro, o más bien me encontró él a mí.

Me entraron muchas ganas de entrar, de preguntar qué tal todo, de distraer a aquel muchacho que parecía aburrido de no tener ningún visitante, de querer transmitirle que lo que hacía era muy importante, aunque no lo parecía si valorabas el inmenso vacío interior, no de aquella persona, sino de aquella habitación física.

Así que entré en aquella tienda vacía. Y compré otro libro al chico de la silla. Le pregunté "tú debes ser voluntario verdad?" y me contestó "sí... pero llevo poco tiempo" Entonces, antes de que yo lanzara otra pregunta, nos interrumpió un hombre que traía las manos ocupadas con un montón de cosas. Era mobiliario para rellenar aquel lugar. Mientras, el voluntario ya se había levantado a ayudar a aquel hombre cargado. Y yo ya me estaba iendo... para no molestar, a luchar de nuevo contra la multitud exterior. "No hace falta más mobiliario" pensé con mi nuevo libro entre las manos "... esa habitación ya está llena de lo esencial".

1 comentario:

Pepito dijo...

Hola!

Sí que lo llaman el hospital de los niños. A mí me operaron ahí de crío...

Un beso!